(Editorial Diario La estrella de Chiloé 11 de septiembre 2007)
Hay que seguir agotando todas las instancias investigativas, sin claudicaciones, y mantener este caso en la agenda pública para que no sea olvidado.
Angustia, desesperación y mucha impotencia son los sentimientos que por meses golpean con fuerza a la familia del universitario Carlos Millán (21), quien en extrañas circunstancias desapareció la madrugada del 1 de octubre de 2005, tras asistir a una fiesta en el centro de Valdivia. Desde esa fecha y pese a las indagaciones realizadas por la policía, Ministerio Público y familiares del joven ancuditano, no ha brotado pista concreta que permita dilucidar que ocurrió con el estudiante.
La Fiscalía de Valdivia -organismo a cargo de las pesquisas- resolvió archivar el caso ante las exiguas líneas investigativas que se han podido diseñar durante el año y 11 meses de arduas pesquisas. El próximo 1 de octubre, el fiscal regional podría tener decidido si acoge la solicitud de su subordinado o, simplemente, se sigue adelante.
La pregunta que subyace frente a este enigmático caso es si realmente es posible que una persona desaparezca misteriosamente sin dejar el más mínimo rastro. Aunque sorprenda y duela aceptarlo, las estadísticas nacionales arrojan que cada 6 horas desaparece una persona en nuestro país, y el 40% de ellos no es encontrado jamás. Conmociona, además, que en la mayoría de los casos los protagonistas sean niños que no superan los 14 años, situación que tristemente continúa repitiéndose a lo largo del territorio nacional.
Queda claro que los organismos policiales juegan un rol fundamental para esclarecer estos hechos y en muchos casos el exhaustivo trabajo investigativo arroja los resultados esperados. Sin embargo, todas las acciones que se coordinan para establecer el paradero de una persona extraviada no siempre llegan a buen puerto. El cadáver de una persona puede ser sepultado y llorar el luto junto a la tumba, pero lamentablemente no hay cementerios para los desaparecidos y el dolor de los deudos puede prolongarse indefinidamente.
Es de esperar que estas desapariciones se aclaren por el bienestar y tranquilidad de los familiares. Mientras tanto hay que seguir agotando todas las instancias investigativas, sin claudicaciones, y mantener este caso en la agenda pública para que no sea jamás olvidado.
Angustia, desesperación y mucha impotencia son los sentimientos que por meses golpean con fuerza a la familia del universitario Carlos Millán (21), quien en extrañas circunstancias desapareció la madrugada del 1 de octubre de 2005, tras asistir a una fiesta en el centro de Valdivia. Desde esa fecha y pese a las indagaciones realizadas por la policía, Ministerio Público y familiares del joven ancuditano, no ha brotado pista concreta que permita dilucidar que ocurrió con el estudiante.
La Fiscalía de Valdivia -organismo a cargo de las pesquisas- resolvió archivar el caso ante las exiguas líneas investigativas que se han podido diseñar durante el año y 11 meses de arduas pesquisas. El próximo 1 de octubre, el fiscal regional podría tener decidido si acoge la solicitud de su subordinado o, simplemente, se sigue adelante.
La pregunta que subyace frente a este enigmático caso es si realmente es posible que una persona desaparezca misteriosamente sin dejar el más mínimo rastro. Aunque sorprenda y duela aceptarlo, las estadísticas nacionales arrojan que cada 6 horas desaparece una persona en nuestro país, y el 40% de ellos no es encontrado jamás. Conmociona, además, que en la mayoría de los casos los protagonistas sean niños que no superan los 14 años, situación que tristemente continúa repitiéndose a lo largo del territorio nacional.
Queda claro que los organismos policiales juegan un rol fundamental para esclarecer estos hechos y en muchos casos el exhaustivo trabajo investigativo arroja los resultados esperados. Sin embargo, todas las acciones que se coordinan para establecer el paradero de una persona extraviada no siempre llegan a buen puerto. El cadáver de una persona puede ser sepultado y llorar el luto junto a la tumba, pero lamentablemente no hay cementerios para los desaparecidos y el dolor de los deudos puede prolongarse indefinidamente.
Es de esperar que estas desapariciones se aclaren por el bienestar y tranquilidad de los familiares. Mientras tanto hay que seguir agotando todas las instancias investigativas, sin claudicaciones, y mantener este caso en la agenda pública para que no sea jamás olvidado.
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